un cuento de Laila Beret
A
lo lejos, entre la bruma del río que envolvía la ciudad, se
divisaban los intermitentes carteles luminosos que llenaban de
colores vivos la incipiente oscuridad.
Volví
sobre mis pasos, me sequé el cabello tratando de acomodarlo y decidí
no recogerlo. Esta vez la melena larga, oscura y algo rizada por la
humedad sería apropiada.
Extendido
sobre la cama observé aquel maravilloso vestido que iba a estrenar.